jueves, 4 de abril de 2024

Charán

 (Caesalpinia paipa)

Una mañana de verano comenzamos a caminar con rumbo a unos cerros por donde discurre el caudal de un río seco, que en temporada de lluvia se convierte en una zona con más agua y humedad. El sitio es pedregoso y con algunas especies forestales diferentes que ya no se encuentran en otras partes del bosque seco, porque en algún momento los talaron. 

Aquella caminata la realizamos mi sobrino Mitshue y yo; aun recuerdo el ánimo de mi acompañante por llegar al destino, la base de un cerro lejano que veíamos cada vez que nos sentábamos en la terraza de la casa. Nos animamos a iniciar esta ruta cuando faltaban pocos días para que Mitshue volviera a la ciudad de Lima. 

Y llegamos, con menos agua en las botellas, pero con muchas ganas de conocer el lugar. La especie arborea que llamó mi atención fue el charán, árbol de tronco muy grueso, de corteza áspera, agrietada en algunas partes por efecto de alguna rama arrancada o mal cortada, de fruto tipo vaina, apetecido por los rumiantes de la zona, entre ellos el caprino.

Como no podía ser de otra manera, decidimos llevar algunas semillas para propagar la especie; no habían muchas para escoger y las pocas que habían estaban muy altas, de todas formas logramos conseguir algunas. Caminamos un buen rato esperando tomar la mejor foto, buscando sombra de rato en rato, revisando la forma de algunos árboles, viendo que también hay animales en pastoreo y potreros donde les dan agua. Así, sin pensarlo pasaron un par de horas.

El camino continuaba y terminaba en el horizonte en las alturas de la sierra, podíamos seguir la caminata y comenzar a subir el cerro, nos tentaba la curiosidad pero el agua se acababa y aun teníamos que regresar, nos esperaba un reparador almuerzo, el cuerpo ya empezaba a exigirlo. Decidimos volver, las fuerzas fueron diezmando conforme el sol arreciaba al medio día. Recordándolo bien, ánimo nunca faltó, estábamos felices, hasta Mitshue casi a medio camino de retorno, con las rodillas adoloridas por el trayecto pedregoso, seguía sonriendo aunque a veces soltaba un ¡au! de dolor. La falta de experiencia de mi acompañante y el uso de unas zapatillas urbanas en vez de unas para caminata, motivaron un esfuerzo mayor por su parte.

Ya en casa, secamos las jarras de agua, había que calmar la sed; botamos los zapatos, nos quitamos todo lo que nos daba calor, y nos sentamos en la terraza para mirar nuevamente al lejano cerro, ahora con una sonrisa de ambos, teniendo la satisfacción de haber conocido un nuevo lugar donde hay varios árboles llamados Charán. No hemos conquistado el Monte Everest, pero cuando conozcan Olmos y el Caserío Santa María del Norte, sabrán de qué hablo. 

¿Recuerdan que recolectamos algunas semillas? pues les contaré que las hice germinar y las puse en terreno definitivo, el lugar donde crecerán desde ahora, su casa, y desde donde podrán diseminar sus semillas. Serán unos futuros semilleros, espero verlas con flores, no será pronto, pero verlas con el tronco ancho y dando sombra me recordará siempre una de las caminatas a la base del cerro, con mi sobrino Mitshue. Que sus semillas algún día se propaguen por el bosque estacionalmente seco del norte de nuestro país, en Olmos, Lambayeque.


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